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Fox, el ingrato

Fox, el ingrato

Capital político

Autor: Carlos Gelista

Le malpaga a su partido, que lo siguió defendiendo aun después de dejar la presidencia, con todos los costos que le implicaba

A lo largo de su vida política, una de las cosas que le habían caracterizado a Vicente Fox era su irreverencia y su escaso respeto por las formas, políticas y de otros tipos.

Fox se dio a conocer, en el mundo político, cuando en 1988 fue diputado electo federal. En esa ocasión, durante los trabajos del Colegio Electoral para la calificación de la elección presidencial, en protesta por el fraude electoral, se colocó dos boletas electorales como orejas, en alusión a las de Salinas.

Con sus mismas características, hizo campaña, en dos ocasiones, para la gubernatura de Guanajuato. Con su rebeldía, defendió su triunfo en la primera ocasión, y con la misma forma de actuar en 1997, un día después de las elecciones intermedias, anunció que se lanzaría a la Presidencia de la República.

Irónicamente, pasados varios años, y ya como presidente, se vio beneficiado de las formas. Cuando AMLO le espetó el “cállate chachalaca”, la reacción de una buena parte del electorado y de los medios de comunicación fue de enojo a quien le había faltado el respeto a la investidura presidencial, a ese mismo que día a día, con sus acciones y declaraciones, había golpeado, con severidad, a la solemnidad que tenía esa misma figura.

A pesar de ser un partido muy formal, a lo largo de todos los años de su carrera política, el PAN siempre lo acompañó solidario. Lo hizo cuando decía y hacía inocentes gracejadas o cuando se le pasaba la mano e incluso pasaba a lo vulgar. Lo hizo en las buenas, cuando Fox le abonaba a la estrategia general del PAN, y en las malas, cuando perjudicaba la imagen del partido.

Ejemplos de esto último hay muchos, pero baste recordar la tristemente célebre frase de “lavadoras de dos patas” o el episodio cuando se enneció queriendo que se celebrara un debate el mismo día que se discutía su celebración.

“Hoy, hoy, hoy” no fue, al inicio, una estrategia electoral, sino una manera que los panistas tuvieron para arropar y apoyar a quien se había tropezado terriblemente.

Hoy, Fox le malpaga a su partido, que lo siguió defendiendo aun después de dejar la presidencia, con todos los costos que le implicaba. Con sus declaraciones daña al PAN, pero también a los panistas, sus fieles seguidores y a todos sus simpatizantes que no estaban ya agraviados.

Producto de la soberbia de alguien que tal vez piense que lo que hizo lo logró solo, y del delirio que seguramente provoca haber sido lo que fue y ahora no ser nada, Fox sigue cambiando su papel en la historia de México.

Ahora, para muchos, también será un gran ingrato.