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Obama, presidente de la dimensión desconocida

Obama, presidente de la dimensión desconocida

por Michael Tanner

Michael Tanner es Director del Proyecto del Cato Institute para la Privatización de la Seguridad Social.

Analizar un discurso del presidente Obama puede equivaler a dar un recorrido por un universo paralelo. Considere sus recientes declaraciones a la Associated Press, donde contrastaba su opinión acerca del presupuesto con la de Paul Ryan y la de los republicanos. Lo único que faltaba era la voz de Rod Serling anunciando «Usted está viajando a través de otra dimensión, una dimensión no solo de la vista y el sonido sino de la mente, un viaje a una tierra maravillosa, cuyos límites son los de la imaginación».

Por ejemplo, el presidente considera el presupuesto de Ryan como «Darwinismo social sutilmente enmascarado». Uno pensaría que el Darwinismo social podría significar realmente recortar el presupuesto. Pero en realidad, el presupuesto de Ryan aumenta el gasto federal en más de $1 billón durante los próximos 10 años.

Ryan si gastaría aproximadamente $352 mil millones menos a lo largo de 10 años en gasto discrecional doméstico de lo que gastaría el presidente. El presidente sugiere que esto significa que los jóvenes no podrían asistir a la universidad, el servicio meteorológico sería cancelado, y los puentes y carreteras se desmoronarían. En realidad, la mayor brecha entre los planes de gasto del presidente y los de Ryan se daría en 2016, año en el que Ryan gastaría $43 mil millones menos en programas de gasto doméstico discrecional que el presidente. Eso equivale aproximadamente 1,1% del gasto federal total proyectado para ese año. Ryan de hecho aumentaría ligeramente el gasto doméstico discrecional de $1.170 billones en 2013 a $1.212 billones en 2022. El Darwinismo social debería consistir de algo más severo.

Y, por supuesto, qué discurso presidencial estaría completo sin denunciar a Ryan por querer  «acabar con el Medicare que conocemos». El discurso del presidente sugiere la desagradable imagen de adultos mayores siendo sacados de sus camas en los hospitales mañana. Pero Ryan no ha propuesto cambio alguno al programa en cuanto a sus beneficiarios actuales. Es cierto, por supuesto, que Ryan reestructuraría Medicare para los menores de 55 años, permitiéndoles elegir a los beneficiarios entre el programa tradicional y un vale que les permitiría adquirir un seguro privado. Pero, su plan, elaborado en conjunto con el senador demócrata Ron Wyden de Oregon, apenas redujo el gasto de Medicare —en 2022, gastaría solo $21 mil millones menos que el presupuesto del presidente.

El presidente se las arregla para dejar de lado su propia propuesta para Medicare, que es establecer un consejo no electo de 15 miembros para reducir los pagos a los médicos. Incluso los mismos actuarios de Medicare advierten que tales recortes podrían conducir al cierre de hospitales y a reducciones en el acceso a calidad de la atención.

Tomando en cuenta que las estimaciones de los pasivos no financiados de Medicare van desde $25 billones hasta incluso $90 billones, el programa evidentemente tendrá que cambiar. El presidente podría creer que sus cambios son mejores que los de Ryan, pero pretender que él dejaría el programa tal y como está mientras que Ryan dejaría a adultos mayores enfermos a morir en la calle es simplemente despegarse de la realidad.

Esto no significa que el presidente no esté comprometido con la reducción del déficit —al menos retóricamente. Por ejemplo, el presidente afirma: «He eliminado docenas de programas que no funcionaban», lo cual podría ser cierto pero el ahorro total de dichos recortes equivale a menos de $100 millones. Si, millones, con «M», de un presupuesto de $3,7 billones. Billones con «B».

De vuelta en el mundo real, el presupuesto del presidente Obama nunca alcanza un verdadero equilibrio. Lo más cerca que estaría de alcanzarlo sería en 2018, cuando proyecta un déficit de solo $575 mil millones. Después de eso, comienza a subir de nuevo, alcanzando $704 mil millones para 2022. En general, el presupuesto del presidente sumaría unos $6,7 billones a la deuda estadounidense a lo largo de diez años. Y, esto es a pesar del llamado del presidente a un aumento de impuestos de $1,5 billones.

Por supuesto, los impuestos son otra área donde el presidente tiene dificultades para cuadrar su discurso con la realidad. Por ejemplo, el presidente continúa publicitando sus propuestas de aumento de impuestos como si se tratara simplemente de que personas como él o Warren Buffett paguen un poco más. En realidad, sus propuestas de aumento de impuestos recaen en familias y pequeñas empresas que ganan tan poco como $250.000 por año. De hecho, según los economistas Kevin Hassett y Alan Viard: «el 48% total del ingreso neto de las empresas unipersonales, sociedades y corporaciones S, estaría sujeto al aumento de impuestos del presidente».

Al mismo tiempo, la última gran idea del presidente para reducir el déficit es la llamada Regla de Buffett, un nuevo impuesto mínimo sobre los ricos del 30%, basado en la errónea premisa de que Warren Buffett paga una menor tasa de impuestos que su secretaria. Realmente, la Regla de Buffett recaudaría en promedio menos de $3,2 mil millones anuales, de acuerdo con la Oficina de Presupuesto del Congreso, suficiente para pagar por ocho horas de gasto federal. Por otra parte, los ingresos provenientes de la Regla de Buffett podrían reducir el presupuesto de este mes de $196 mil millones a solo $193 mil millones. Obama si que es un severo reductor del déficit…

Imaginemos al Sr. Serling: «Nos movemos hacia una tierra de sombras y sustancia, de cosas e ideas. Acabamos de entrar a la Dimensión Obama».

Sarkozy pasó de encarnar el cambio a ser el presidente menos popular en Francia

Sarkozy pasó de encarnar el cambio a ser el presidente menos popular en Francia

Foto: KENZO TRIBOUILLARD / AFP

(París, 15 Abr 2012- AFP) – Nicolas Sarkozy fue electo en 2007 con la propuesta de cambiar una Francia adormilada, pero durante su mandato, que espera renovar, se labró una imagen de presidente desordenado e impulsivo y llegó a convertirse en el mandatario más impopular de la V República.

Desde hace meses los sondeos lo dan sistemáticamente derrotado en la segunda vuelta de la elección presidencial del próximo 6 de mayo, pero Sarkozy, pese a que reconoce errores, sigue creyendo en su victoria.

“Voy a ganar”, repite desde que asumió de nuevo el rol de candidato, en el que sobresale, según consideran tanto sus partidarios como sus adversarios, y con el que logró remontar los sondeos para la primera vuelta (22 de abril) hasta situarse en cabeza codo a codo con el favorito, el candidato socialista François Hollande.

Su sueño de niño era ser presidente. Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa, hijo de un inmigrante húngaro, lo logró pese a que su familia no formaba parte de la burguesía francesa y él, llegado al Palacio del Elíseo con un diploma de abogado, no había estudiado en las prestigiosas escuelas francesas en las que se forman las élites del país.

Ambicioso, trabajador, enérgico, con un “insaciable apetito de acción”, “sin dudar de nada y mucho menos de sí mismo”, según el expresidente Jacques Chirac, Sarkozy sorteó metódicamente todos los obstáculos con golpes de efecto, traiciones y travesías del desierto.

Comenzó su militancia política en la derecha francesa a los 19 años. Con apenas 28 fue elegido alcalde de Neuilly, un suburbio acomodado de París. A los 34 conquistó su primer escaño de diputado y cuatro años después logró una cartera ministerial, la primera. A los 52 fue elegido presidente.

Al llegar al poder con 53% de los votos en mayo de 2007 -derrotando en la segunda vuelta a la socialista Segolene Royal- con la promesa de “reformar Francia”, gozaba de una popularidad sin igual para un mandatario francés desde el general Charles de Gaulle, fundador de la V República en 1958.

“No tengo derecho a decepcionar”, dijo el día de su investidura.

Pero el estado de gracia duró poco. Sondeo tras sondeo, terminó siendo el presidente más impopular de Francia.

“Lo más importante es la manera con la que desacralizó la política y rebajó la función presidencial al servicio de su persona. Lo que los franceses le reprochan es su forma de ser y de hacer”, estima el politólogo Stephane Rozes de Cap.

Nicolas Sarkozy es un estilo. Sin complejos, como la derecha que desea encarnar, quiere trastocar los códigos, decir las cosas directamente, avanzar rápido.

Pero su estilo escandaliza. Y ello desde el día de su elección. Esa misma noche festejó su victoria en el selecto restaurante Le Fouquet’s de los Campos Elíseos, antes de pasar sus vacaciones en el yate de un acaudalado empresario. Rápidamente recibió el calificativo de “presidente bling-bling”, expresión con la que se hace alusión a una vida de nuevo rico, que contrasta con la discreción francesa.

Poco después de divorciarse de Cecilia Ciganer expuso en público su idilio con la modelo Carla Bruni, dando la impresión de estar más preocupado por su felicidad personal que por la suerte de los franceses. Poco tiempo después contrajeron matrimonio y en 2011 la pareja tuvo una hija, Giulia, cuarto hijo de Sarkozy.

Escandalizan asimismo sus excesos de lenguaje, habiendo quedado como referencia del mismo la frase que le lanzó a un hombre que rehusó darle la mano: “¡Lárgate pobre imbécil!

También irrita su manera de ejercer el poder y su voluntad de controlar y decidirlo todo, relegando al jefe de gobierno, François Fillon, al rango de simple “colaborador”.

La multiplicación de las reformas y los anuncios decididos en función de informaciones de casos policiales hacen que incluso figuras de su bando lo consideren disperso.

A la hora del balance, sus partidarios alaban su voluntarismo. Esa determinación que lo empujó en 2011 a ser el motor de la intervención militar internacional en Libia o a contribuir a encontrar soluciones para evitar la bancarrota del sistema bancario mundial en 2008.

Alaban también su “coraje” para imponer medidas impopulares para, según ellos, hacer que Francia avance, como la reforma del sistema de jubilaciones, la reducción de funcionarios al no reemplazar uno de cada dos jubilados o el servicio mínimo en los transportes públicos en caso de huelga.

“Lanzó más reformas de las que realmente llevó hasta el final, pero intentó impulsar algunas que sus predecesores no osaron enfrentar”, señala Bruno Jeanbart, del instituto de sondeos OpinionWay.

Los decepcionados que creían en su consigna “trabajar más para ganar más” le reprochan sus promesas incumplidas y sus favores fiscales a los ricos. También su flirteo con la extrema derecha para ganar votos.

Sarkozy ha reconocido que cometió “errores” y repite que ha cambiado y madurado, hasta el punto de que recientemente admitió que se plantea una derrota electoral, antes de proclamar unos días después que está seguro de ganar