ESTADO? ¿PARA QUE?

Seguridad sin Estado. Reseña de El mito de la defensa nacional

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Seguridad sin Estado. Escrito por David Gordon. Traducido por Mariano Bas. Reseña del libro [The Myth of National Defense: Essays on the Theory and History of Security Production •editor Hans-Hermann Hoppe • Ludwig von Mises Institute, 2003 • x + 453 páginas]. David Gordon hace crítica de libros sobre economía, política, filosofía y leyes para The Mises Review, la revista cuatrimestral de literatura sobre ciencias sociales, publicada desde 1995 por el Mises Institute. Es además autor de The Essential Rothbard.

La invasión de Iraq de la administración Bush ofrece una nueva confirmación, si hacía falta, de la sentencia de Randolph Bourne: “la guerra es la salud del estado”. Ante un ejemplo tan masivo de agresión, surge la pregunta: ¿podemos arreglarnos sin ningún estado? Su eliminación acabaría con la principal fuente de violencia destructiva en el mundo.

Por muy atractiva que pueda ser esta línea de pensamiento, pocos están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. No cabe duda de que las depredaciones del estado son una amenaza siempre presente, pero ¿cómo podemos arreglárnoslas sin esta institución? ¿No caería una comunidad libertaria sin estado fácilmente presa de primer estado que decida atacarla?

La historia muestra que no puede existir ninguna comunidad civilizada de cierto tamaño sin un estado y los argumentos de la teoría política y la economía muestran que el estado es una necesidad para una defensa adecuada. El estado puede ser malo, pero es un mal necesario.

Los contribuidores a The Myth of National Defense disienten completamente de la línea de pensamiento que acabo de apuntar. Aportan una serie de objeciones a la opinión convencional, en mi opinión, con un completo éxito. El lector de este brillante libro verá que toda afirmación hecha por el estado en los dos párrafos precedentes es falsa.

Jeffrey Hummel presenta sucintamente el argumento de que la historia demuestra la necesidad del estado:

Si la defensa privada es mejor que la defensa pública, ¿por qué ha estado ganando la pública a lo largo de los siglos? En realidad, la destreza militar del estado ha más que impedido la emergencia moderna de cualquier sociedad anarcocapitalista. (…)

¿Cómo pueden [libertarios radicales como Rothbard] atribuir los orígenes del gobierno a la conquista con éxito y mantener simultáneamente que una sociedad completamente libre, sin gobierno, podría evitar dicha conquista? (pp. 276, 278).

Tanto Hummel como el equipo formado por Luigi Marco Bassani y Carlo Lottieri intentan responder distintas maneras al argumento expuesto. De acuerdo con Hummel, la aparición de la Revolución Agrícola alrededor del año 11000 a de C., creó una gran población rica y sedentaria. La gente que se benefició de esta revolución fue conquistada por bandas merodeantes que buscaban beneficiarse. En estas conquistas se encuentra el origen del estado.

¿Pero por qué la gran población agrícola no hizo uso de su número superior para expulsar a los invasores? Hummel mantiene que aunque rebelarse  era ventajoso para casi todo en la población, los costes de la resistencia eran demasiado altos para los individuos concretos.

Si alguien se resiste al estado, puede morir.

Aunque prefiriera que se fueran los invasores, cada persona no arriesgará racionalmente su vida y posesiones para expulsarlos. Más bien esperará que resista alguna otra persona o grupo, en cuyo caso se beneficia sin riesgo. Como todos pensarán de esta manera, no habrá resistencia efectiva.[1] “El problema del oportunista, presentado desde hace mucho por los economistas como justificación normativa del estado, es en realidad una explicación positiva de por qué el estado apareció en primer lugar y luego persistió” (p. 280).

Hummel ha defendido una versión de la teoría de la conquista del estado, pero ¿no hace imposible esta misma explicación una resistencia con éxito al estado contemporáneo? ¿No explicará de nuevo el problema del oportunista la persistencia del estado?

Hummel tiene una respuesta ingeniosa. Desde la Revolución Industrial, la riqueza se ha convertido en mucho más importante en el conflicto militar. Esto da a los grupos sin estado una mayor posibilidad de éxito que antes, dado el indudable hecho de que el libre mercado promueve el crecimiento económico más eficientemente que una sociedad controlada por el estado.

¿Pero qué pasa con el problema del oportunista? Hummel mantiene que no descarta completamente la acción colectiva: puede superarse si la gente tiene suficiente compromiso con la justicia de su causa. Joseph Stromberg lo expresa bien:

Respecto de los “oportunistas”, la independencia de Estados Unidos lo explica. Si los hubiéramos dejado, nunca habrían luchado. Hummel lanza un gran “¿Y qué?” rothbardiano ante el problema. Apunta que sin oportunismo la civilización no existiría (p. 237).

Bassani y Lottieri responden de forma diferente. Rechazan la teoría de la conquista del estado, así como otras explicaciones que postulan una enorme antigüedad para el estado. Muy al contrario, afirman que el estado empezó solo cuando la Edad Media llegó a su fin. Hasta entonces la gente no sufrió esa torva evolución, una autoridad centralizada manteniendo un monopolio de la fuerza a lo largo de un territorio nacional.

Muchos libertarios no han apreciado este punto, dicen, porque han estado demasiado influidos por Franz Oppenheimer y sus seguidores. Estos escritores contrastan los medios económicos de obtener bienes y servicios, que benefician a todos los dedicados a ellos, con los medios políticos, el que algunos toman por la fuerza bienes a otros.

El contraste es sin duda muy útil, pero Bassani y Lottieri encuentran en él una fuente de errores. Los medios políticos no deben hacerse equivalentes al estado. Pensar lo contrario hace de cada bandido un estado. Aunque el estado puede ser una banda criminal, no toda banda criminal es un estado.

Una vez que entendemos los orígenes del estado, ¿no se hace más fácil nuestra tarea de resistencia a éste? Ya no tenemos que ver al estado como fijo e inamovible. Si no existió siempre, tenemos alguna esperanza de eliminarlo.[2]

Si la historia no nos obliga a aceptar la necesidad del estado, ¿qué pasa con la teoría política? Hobbes argumenta que sin un estado, los individuos se encontrarían en constante conflicto. Con el fin de evitar la “guerra de todos contra todos”, ¿no deberíamos todos entregar nuestras armas al soberano que así nos protegería? Hans Hoppe encuentra este argumento menos que convincente:

[Según Hobbes] para instituir una cooperación pacífica entre ellos, dos individuos, A y B, necesitan a una parte independiente, S, como juez y pacificador último. (…) Es verdad que S hará la paz entre A y B, pero solo para poder él mismo robarles más rentablemente. Sin duda S está mejor protegido, pero cuando más protegido está, menos protegidos están A y B ante los ataques de S (p. 336).

Hobbes no demuestra que el soberano mejore el estado de naturaleza.

El excelente apunte de Hobbes golpea el centro de la justificación hobbesiana del estado, pero se repite la objeción anterior. Incluso si el estado actúa como depredador, ¿no se necesita para la defensa contra otros estados?

Aquí debemos recurrir a argumentos de la teoría económica. Se alega frecuentemente que la defensa nacional es un “bien público” que el mercado no puede atender en cantidad adecuada. Tanto Larry Sechrest y Walter Block discrepan de esta ortodoxia. ¿Por qué deberíamos pensar que la defensa en un bien único que debe proporcionarse en una base igual para todos los residentes en una nación? “No es imposible ni excluir a los que no paguen ni es cierto que poner una persona adicional bajo el paraguas de seguridad no coste recursos adicionales” (p. 323). Con su habitual estilo imaginativo, Block ofrece numerosos ejemplos ingeniosos para apoyar su desafío a la opinión habitual.[3]

Si estos autores tienen razón, una sociedad anarcolibertaria podría ofrecer defensa de una forma completamente adecuada. Joseph Stromberg refuerza la defensa con un punto esencial. En modo algunos se deduce que una sociedad libre para defenderse eficazmente deba igualar los hinchados gastos del estado Leviatán.

Supongo que estados mínimos y anarquías pueden arreglárselas sin bombas nucleares, misiles de crucero, bombarderos invisibles y “sistemas” caros apropiados para la conquista del mundo o la intervención universal. Respecto de la “estructura de fuerza” de la mera defensa, creo que veríamos una cruda combinación de milicias y “empresas aseguradoras” (tal vez no tan mutuamente exclusivas como pensamos) recurriendo a una guerra de guerrillas basada en la masa, aunque fuera organizada in extremis por quien sea (p. 237).

El argumento a favor de la defensa libertaria  se basa en dos puntos. Primero, una sociedad libertaria tendría un programa mucho menos ambicioso que el de los estados en el mundo contemporáneo. Murray Rothbard, con su característica incisividad, deja claro los límites drásticos de las circunstancias en las que se justifica la guerra. En concreto, no hay un mandato universal para imponer una buena sociedad en todo el mundo: las naciones deben ocuparse de sus propios asuntos.

Una variante especialmente peligrosa de la política a la que se opone Rothbard desea extender la democracia a todos sin excepción. Como documentan exhaustivamente Erik von Kuehnelt-Leddihn y Gerard Radnitzky, es una receta para el desastre. Las democracias, plenas de superioridad moral, tienden a entablar guerra sin límite que ignoran las limitaciones humanas.

Guido Hülsmann lleva el argumento un paso más allá. Igual que la expansión del estado es pecado mortal incluso en la búsqueda de “buenos” objetivos políticos en el exterior, debe evitarse el uso del poder del estado para realizar reformas internas. Indica que el liberalismo clásico de los siglos XVIII y XIX fracasó porque recurrió a la fuerza para imponer los objetivos que sus defensores consideraban deseables. “En lugar de poner coto al poder político, [los liberales clásicos] simplemente los cambiaron y centralizaron” (p. 379). Por el contrario, los libertarios tendrían que confiar en la secesión pacífica.

Segundo, como destacan tanto Stromberg como Hülsmann, hay buenas razones para pensar que si una sociedad libertaria se encuentra siendo víctima de una invasión, una guerra de guerrillas resultaría ser una respuesta exitosa. Stromberg concluye:

Empezamos con la evidencia de que la defensa tiene ventaja. (…) Y una vez que el pueblo se dedique a tácticas de guerrilla derrotándoles aumenta la relación entre atacantes y defensores a entre 4 a 1 y 6 a 1 o superior. Una “pacificación” y ocupación exitosas pueden requerir una superioridad de 10 a 1 (pp. 235-236).[4]

Este libro revolucionario nos obliga a deshacernos de las suposiciones sobre defensa que casi todos damos por sentadas. La idea de que solo el estado puede ofrecer una defensa adecuada no es sino un mito estatista, tal vez el más pelirgroso de todos.

Notas


[1] Gordon Tullock da una versión bien conocida de este argumento en The Social Dilemma (Center for Study of Public Choice, 1974).

[2] Bassani y Lottieri nos suficientemente amables como para citarme como un ejemplo de alguien que adopta la definición libertaria usual, y errónea, del estado. Pero yo he pretendido contrastar la nociónd e estado de Weber como agencia monopolística de fuerza con la opinión de Van Creveld de que el estado es una entidad independiente, distinta de la personalidad del gobernante. No creo haberme implicado en la opinión de que cualquier uso de los medios políticos suponga un estado.

[3] Además de su detallada y convincente crítica del argumento de que la defensa es un bien público, Block atribuye gran importancia a otra consideración. Afirma que es inconsistente lógicamente  que el estado afirme protegernos mientras él mismo viola derechos, por ejemplo, mediante los impuestos y la prohibición de agencias rivales. La aportación es excelente, pero no demuestra que sea contradictorio afirmar que el estado proteja a toda la gente de todos menos de sí mismo.

[4] Elaine Scarry argumenta en un estilo similar que la gente, actuando espontáneamente en respuesta al peligro, puede ser mucho más eficaz que las disposiciones públicas de defensa. Ver su Who Defended the Country? (Beacon Press, 2003).

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